Primera entrega de la vuelta al mundo de Miquel en el Diario del Viajero.
He llegado al techo del mundo. Estoy muy alto. Las águilas vuelan por debajo de mi vista. Casi toco con los dedos los glaciares de Alaska. No me hace falta viajar más lejos para dar por terminada la Ruta de los Exploradores Olvidados que me ha tenido un año dando la vuelta al mundo en moto. Quedan apenas sesenta kilómetros hasta la ciudad de Valdez, el topónimo en español más al norte del planeta. Pero sobre esta rocosa atalaya comprendo ahora que mi loco proyecto de aventura e Historia ha terminado. Valdez es solo un nombre, un símbolo, un pequeño punto en el mapa. Ese aislado pueblo destruido por un terremoto en 1964 no alberga recuerdo alguno de España a pesar de haber sido fundado en el siglo XVIII por Salvador Fidalgo. Lo ubiqué en mi Ruta solo porque supuso el límite de la exploración española en Norteamérica.
Alaska conmueve por su grandiosidad natural. Circulo entre valles interminables y cordilleras nevadas. Viajo solo durante muchísimos kilómetros. Disfruto del placer de dejarme llevar por el imán del horizonte. Inmerso durante tantos meses en el infierno circulatorio de África, India y Asia, esta desolación se me antoja como el más perfecto paraíso. Resultan conmovedores el silencio, el infinito bosque ártico, la tundra y este sol obcecado que nunca se pone. Inmerso en semejante soledad hay tiempo y oportunidad para pensar, para recordar los miles de kilómetros recorridos desde que salí de España en junio del 2011 y viajé a Cabo Norte en busca del vaporoso recuerdo de Al Ghazal, embajador de Abderraman II a los vikingos en el siglo IX.
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He llegado al techo del mundo. Estoy muy alto. Las águilas vuelan por debajo de mi vista. Casi toco con los dedos los glaciares de Alaska. No me hace falta viajar más lejos para dar por terminada la Ruta de los Exploradores Olvidados que me ha tenido un año dando la vuelta al mundo en moto. Quedan apenas sesenta kilómetros hasta la ciudad de Valdez, el topónimo en español más al norte del planeta. Pero sobre esta rocosa atalaya comprendo ahora que mi loco proyecto de aventura e Historia ha terminado. Valdez es solo un nombre, un símbolo, un pequeño punto en el mapa. Ese aislado pueblo destruido por un terremoto en 1964 no alberga recuerdo alguno de España a pesar de haber sido fundado en el siglo XVIII por Salvador Fidalgo. Lo ubiqué en mi Ruta solo porque supuso el límite de la exploración española en Norteamérica.
Alaska conmueve por su grandiosidad natural. Circulo entre valles interminables y cordilleras nevadas. Viajo solo durante muchísimos kilómetros. Disfruto del placer de dejarme llevar por el imán del horizonte. Inmerso durante tantos meses en el infierno circulatorio de África, India y Asia, esta desolación se me antoja como el más perfecto paraíso. Resultan conmovedores el silencio, el infinito bosque ártico, la tundra y este sol obcecado que nunca se pone. Inmerso en semejante soledad hay tiempo y oportunidad para pensar, para recordar los miles de kilómetros recorridos desde que salí de España en junio del 2011 y viajé a Cabo Norte en busca del vaporoso recuerdo de Al Ghazal, embajador de Abderraman II a los vikingos en el siglo IX.
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