Desde que viajo en moto mantengo una relación de amor y odio con las fronteras. Por un lado me atraen por el significado que tienen dentro de un largo recorrido, porque estoy avanzando y porque a partir de esa línea completamente artificial cambia el idioma, la moneda, la forma de vestir, el modo en el que te hablan, la religión o la raza. En mayor o menor medida. Pero por otro lado son lugares detestables en los que brota la corrupción y se genera una pequeña economía paralela al sistema, gente que paga por cosas ilegales y otra que intenta hacer ver que lo que sí es legal, no lo es, y así retenerte hasta conseguir algo a cambio.
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